23 de junio de 2009

CARA SUR DE HORCADOS ROJOS - 1.966


Pepito, silencioso, con la vista perdida, termina de encordarse. Está cerca de mí, hasta percibo el calor de su cuerpo, calor de vida, la única en medio de ese desierto calcáreo. El cielo, azul, inmenso, sin brillo, duerme. Las enormes moles rocosas, levemente iluminadas por los primeros rayos del sol parecen dormir también. Va pasando la cuerda por mis manos... ¿Por qué hago esto? ¿Por qué vamos a la montaña? ¿Por qué tantas penalidades, tantos temores? ¿Qué esperamos? No sé, miro a mi compañero como esperando una respuesta.
No, no podría responderme, muchas veces he sentido su mirada inquisitiva y no hemos hallado la respuesta. Vuelvo la mirada y mis ojos tropiezan con un enjambre de montañas, mudas sin vida, y sin embargo me atraen.

Un tirón de la cuerda me vuelve a la realidad, comienzo a trepar, siento el tacto frío de la roca, unos pasos más y llego hasta mi compañero. Desde el comienzo estamos fuera de la vía, hemos ganado mucha altura y aún no vemos por donde va ésta. El sol irrumpe con una aparición, como una explosión de luz, en un instante todo parece latir, es como una resurrección. Hasta nosotros sentimos su influencia vivificadora.
Nuestro cuerpo lo sentimos ligero, con nervio. Al fin, tras varios largos con pasos muy finos hemos dado con la vía, a partir de ahora todo irá como sobre ruedas. Pepito vuelve a ser el de siempre, inquieto, ágil, rápido, tanto que apenas tengo tiempo de hacerle una foto. A medida que voy progresando va mi gozo en aumento.
La pared no se rinde fácilmente, pero no presenta dificultades extremas. Las primeras gotas de sudor escurren por nuestras mejillas. Nuestra respiración se hace más rápida a causa del esfuerzo, pero el goce es indescriptible, una extraña sensación de poder nos embriaga. Llegamos a los desplomes, donde hemos de emplearnos a fondo. Alcanzamos una especie de plataforma que da paso al largo más terrorífico de la escalada, la tan cacareada

A causa de las exageradas descripciones que de ella habíamos oído nuestra mente había formado una falsa imagen de ella por eso al ver en una canal ancha una fisura al parecer tumbada y fácil la despreciamos y decidimos buscar por otro lado temerosos de habernos vuelto a perder.

Después de mucho mirar por ambos lados, volvimos al punto inicial, al pie de la citada canal y que parecía el paso más lógico, pero nos hacía dudar el hecho de parecer demasiado fácil para haberse hecho acreedora a tan terrible fama. Nos enredamos en mil consideraciones hasta que la visión de un taco, en el que no habíamos reparado antes, nos indicó el camino.

Ya estamos otra vez en harina pero ¡diablo! conque parecía fácil ¿eh? nos ha cogido a traición. Al comienzo se progresa en chimenea, después se va cerrando haciendo trabajosa más que delicada la progresión, hasta que al fin a la vez que va extraplomándose se cierra, permitiendo sólo el empotramiento de un pie y mano y los miembros restantes colocándolos donde malamente se puede, se salvan los 3 o 4 metros más delicados, después se va haciendo más franca hasta permitir progresar nuevamente en chimenea y llegar a una buena reunión.

Con una sonrisa de alivio me dirijo a Pepito. ¡Caramba! casi nos puede, ¿eh? Con, gesto de suficiencia a la vez que burlesco me responde «¡Je! ¡Fisuritas a nosotros!»

El siguiente largo es fuerte con un pequeño extraplomo muy bonito hacia el final, lo hacemos animosos, pues sabemos que la mayor dificultad ya está resuelta. Un par de largos más y felices y sudorosos alcanzamos la cumbre.

Cambiamos un apretón de manos en silencio. Es quizá la expresión del triunfo mutuo, el sabor de una buena amistad, forjada en los inciertos momentos e íntimos temores que preceden a la escalada, en las duras marchas con el sudor del esfuerzo.

Recostados en las piedras de la cumbre saboreamos el maravilloso paisaje que nos envuelve, tan grande, tan hermoso, queremos abarcarlo todo, nos sentimos pequeños. Desde aquí vemos emerger altivo el Naranjo y a los pocos instantes nuestras miradas y nuestros pensamientos quedan fijos en él ¿Quién?, viendo su atractiva figura no ha sentido deseos de alcanzar su cima?

Nuestras miradas se cruzan y sonreímos. Pensábamos lo mismo. No hemos salido de una, cuando ya pensamos en la siguiente. Iniciamos el descenso alegres, un tanto hambrientos, comemos casi con gula, y plácidamente sentados recibimos la suave caricia del sol, rumiando aún las impresiones de la ascensión.

José Ramón Tellleria.


(Ascensión realizada por José Santos y José Ramón Tellleria.)



Fuente: Revista Pyrenaica 1.966

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