Parrot narró sus impresiones de viaje en un libro muy difícil de hallar: "Reise in dem Pyrenaen", que fue traducido al francés por el distinguido pirineísta Louis Le Bcndidier. Para su viaje, Parrot no utilizó ninguna montura.
Se desplazaba únicamente a pie. Era un andarín infatigable. Saliendo de Estrasburgo, llegó a San Juan de Luz el 4 de septiembre de 1817, después de veintisiete días de marcha... (Después de haber subido a Monte Perdido, cuya primera había logrado quince años antes Ramond de Charbonieres, Federico Parrot llega a Luchon.)
Llevaba en Ja cabeza la idea de conquistar la cumbre desconocida de La Maladetta, situada en esta región pero en territorio español. Desde su llegada, por indicación del farmacéutico Boileau, alcalde de Luchón, fue a casa de un carpintero llamado Barrau que conocía el itinerario del pico, aunque no hubiese ido nunca hasta la cumbre. Barrau era mayor, tenía sesenta y un años; sin embargo era un excelente andarín y estaba aún muy ágil. Por otra parte, Frederic Parrot no podía elegir: este guía era el único que podía conducirle hacia la Maladetta. La salida fue fijada para el domingo 28 de septiembre, a las 9 de la mañana, pues Barrau, muy piadoso, no quería faltar a la obligación dominical.
Era un día hermoso y los dos hombres partieron hacia la aventura, Fiel a sus principios de siempre, Parrot llevaba muy pocas cosas. Como alimento, pan y queso, un poco de carne y vino. Como equipo, su bastón herrado, sus
crampones para \a nieve y una vestidura contra la lluvia. Barrau iba calzado con las sandalias de cuero llamadas "avaren", consistentes en un trozo de cuero plegado por atrás y delante para cubrir el talón y los dedos de los
pies, y el conjunto anudado por correas alrededor del tobillo. Después de haber hecho su habitual observación barométrica a la altura de la iglesia de Luchón, Frederic Parrot y su compañero, remontando el valle de la Pique, tomaron el camino del Hospice de France.
Para economizar sus fuerzas, Barrau montaba su caballo que pensaba dejar en el último lugar habitado mientras que Frederic, fiel a su costumbre, marchaba a pie. Después de atravesar grandes bosques, los dos hombres llegaron
al Hospice de France, donde Barrau dejó su montura.
Este edificio, construido en el siglo XIV por los caballeros de la orden del Santo Sepulcro de Jerusalén, subsiste aún sin grandes cambios a pesar de algunas construcciones anexas.
—"Es —nos dice Parrot— un caserón con tejado de pizarra. Se compone de una gran sala en la cual se cobijan los comerciantes españoles cuando transportan sus mercancías por el puerto de Benasque o de la Picada. Entonces
encienden un gran fuego en medio del suelo. El guardián es un francés, que cuida a los viajeros sirviéndoles vino, leche, pan y a veces carne y legumbres. Vive solitario en medie de espesos bosques donde se ve mucha caza mayor, incluidos osos y lobos".
Seguramente sería así entonces, mas actualmente el hospice de France es un lugar más acogedor, muy frecuentado por los turistas que suben de Luchón. La hostería está explotada hoy en día por una familia de guías que
tanto a contribuido a la explotación del macizo Aneto-Maladetta y si la gran sala abovedada subsiste ya no se hace fuego en medio de la pieza como en tiempos de Parrot. Tampoco los paseantes corren el riesgo de tropezarse con
fieras; los lobos hace mucho tiempo que han desaparecido en todo el Pirineo. Sin embargo, de creer los relatos de los cazadores locales, quedan aún por estos lugares algunas parejas de osos, mas procuran esconderse bien.
Por una buena senda usada desde la antigüedad por las poblaciones de las dos vertientes y también por los ejércitos, durante los conflictos que enfrentaron en el pasado a Francia y España, los dos excursionistas alcanzaron
la frontera del col de Benasque, donde una bella vista se extiende sobre el macizo de los montes Malditos. Este collado era un lugar de paseo habitual para los turistas que se hospedaban en Luchón. Se llegaba a caballo con los
guías que mostraban el imponente panorama desde la Fourcanade hasta los picos de Alba y otros macizos más lejanos. Sin embargo nadie osaba marchar hacia aquellas cumbres. Este panorama tenía gran reputación. El inspiró al poeta Frederic Soutras, de Bagneres de Bigorre, el cual en un poema dedicado al puerto de Benasque en 1856, escribe refiriéndose a los montes Malditos:
"Des aiguilles oü l'aigle en vain cherche une place,
Des plateaux cuirassés d'une éternelle glace."
En realidad, estas montañas son mucho menos terroríficas de lo que podría suponerse por los versos del poeta. Muchos otros lugares del Pirineo tienen un aspecto más severo. ¿Por qué entonces este nombre de montes Malditos?
¿Qué maldición cayó sobre estos parajes? Es preciso rebuscar entre las leyendas. Según el entusiasta explorador e historiador de la Maladetta, el padre Jaime Oliveras, un escritor catalán del siglo XVI llamado Pujades, registró
una leyenda muy difundida entre la población de estas regiones y que se remontaría al menos hasta el siglo XIV; los montes Malditos habrían sido anteriormente una región de abundantes y jugosos pastos donde pastaban numerosos
rebaños y habitado por una población de ricos pastores. Pero esta riqueza había endurecido el corazón de los pastores. Un día, un mendigo desconocido, cansado y medio muerto de hambre llegó a estos lugares, pidiendo alimento y albergue por una noche; pero nadie quiso socorrerle. Mas este mendigo desconocido no era otro que el mismo Jesucristo y la maldición divina cayó sobre el país. La verde hierba se convirtió de golpe en vastos campos de nieve, los mismos pastores, sus rebaños y sus perros, las granjas y bordas fueron transformadas en bloques de piedra.
Esta leyenda tenía tanto arraigo entre los montañeses de estos valles, que en 1725, Francisco Sauci, alcalde de Esterri de Aneu, acudió con un numeroso grupo a estos lugares, para asegurarse de la realidad de los hechos y después de haber errado por entre las enormes pedreras que bordean los glaciares, afirmó con evidente sinceridad en un documento firmado con su propia mano: "Haber visto en diferentes lugares, un rebaño de más de seis mil cabezas de ganado totalmente convertido en piedras".
Frederic Parrot no se entretuvo en el puerto de Benasque ni se preocupó de viejas leyendas. Descendió rápidamente al plan de Agualluts, vasta cubeta de verdes praderas salpicadas de pinos, teniendo cuenta de no dejarse ver por los españoles de los cuales el guía Barrau desconfiaba particularmente.
Hay que tener en cuenta que el año 1817 era una época muy cercana a las campañas de Napoleón, cuyo recuerdo hacía nacer la desconfianza en los lugareños, por todo lo que venía de Francia.
Remontando la vertiente opuesta del valle los dos hombres buscaron un abrigo para pasar la noche, que ellos encontraron en el lugar llamado la Renclusa, donde se encuentra hoy el confortable refugio del C.E.C.
Protegidos por una alta pared, encendieron fuego y pasaron la noche. Muy temprano al amanecer reemprendieron la marcha. Rápidamente alcanzaron el glaciar de la Maladetta que remontaron hasta la rimaya, larga grieta
transversal en donde el hielo se despega de la roca. Tuvieron la suerte de encontrar un puente de nieve lo bastante sólido para franquear el obstáculo y tomaron pie al otro lado, en la base de un largo corredor de nieve y roca que es aún el itinerario más clásico para subir a la Maladetta.
El guía Barrau, que no había ido nunca tan lejos, dudaba, pero Parrot tenía la voluntad de vencer; izándose de presa en presa por las rocas de la orilla izquierda, llevó a su compañero hasta la cumbre de la montaña, constituida
por un enorme bloque de tres metros de alto. Igual que en el Monte Perdido, eran las nueve de la mañana, y Frederic
Parrot registra la alegría de su éxito: "Yo he conocido aquí la euforia de pisar una cumbre virgen; triunfo que recompensa las penalidades sufridas en la culminación de un bello proyecto. Me senté sobre estos bloques inestables,
con el inquietante pensamiento de que si estas masas que me mantienen, mordidas por los siglos, no podrían lanzar al más profundo abismo, a la cumbre de la Maladetta y a mí mismo con todos los sentimientos que
en mí bullen".
Pasado este momento de exaltación lírica y filosófica, Frederic Parrot examina las cumbres del horizonte. A lo lejos identifica el Monte Perdido. Perdiguero, los Cabrioules, el Salvaguardia, los Boums, muy cerca el lago Cregueña y el pico de Aneto, punto culminante de la cadena que él quería escalar después; pero la suerte decidió otra cosa y él sólo describirá el itinerario posible de ascensión. El Aneto esperará aún por veinticinco años a sus primeros ascensionistas.
La vuelta fue muy rápida, demasiado quizás, pues en ella hubo un incidente que pudo ser de trágicas consecuencias. En el corredor, el guía Barrau descendía prudentemente por la roca, Parrot prefirió bajar por la nieve; en un momento dado, ésta cedió bruscamente y fue arrastrado hacia la rimaya. Por fortuna pudo cogerse a una roca y evitar la catástrofe. Pasando por el puerto de la Picada, los dos hombres ganaron seguidamente Luchón, donde su éxito hizo sensación.
Mientras tanto, La Maladetta maduraba su venganza a cargo de los que la habían vencido. La víctima sería el viejo guía Barrau. El 11 de agosto de 1824, Barrau, a quien los años no le habían restado intrepidez, conducía de nuevo hacia la Maladetta a dos jóvenes ingenieros, MM. Blavier y Billy, cuando atravesando la rimaya, el puente de nieve
se hundió. Barrau, que no había tenido la precaución de encordarse, se precipitó en la grieta y desapareció tan profundamente que fue imposible encontrarlo. A partir de este día, la Maladetta, de nombre maldito, fue considerada
como fatal, los hombres se alejaron de ella y transcurrieron muchos años hasta que otros valerosos montañeros siguieron las huellas de Parrot y su guía.
Sin embargo el movimiento del glaciar debía devolver a la luz del día a los restos prisioneros en sus profundidades. Durante el verano de 1931, ciento siete años después, dos montañeros descubrieron los despojos de Barrau,
que emergían del hielo en el borde de la morrena frontal. Luchón conserva piadosamente como reliquias en el museo municipal, el equipo de este valeroso guía que fue hallado con él. Federico Parrot estuvo bien lejos de imaginar que el futuro reservara un final tan trágico a su compañero de ruta...
Para rendir homenaje a Federico Parrot, el destacado pirineísta y cartógrafo Louis Le Bondidier quiso que una de las dos puntas de la Maladetta. llevase el nombre de su vencedor. Pero hasta el presente nada se ha hecho a este respecto. Sumando mi parecer al de los pirineístas galos, dejo en el aire una pregunta: ¿No se podría subsanar este olvido?
Marcos Feliu
Fuente: Revista Pyrenaica 1.972
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